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Era una adolescente cuando me interesé en la Ciencia Cristiana.

Del número de octubre de 1982 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Era una adolescente cuando me interesé en la Ciencia Cristiana. Las primeras curaciones sobresalientes que tuve fueron las de un oído infectado, una enfermedad del corazón y un crecimiento en un dedo del pie.

La enfermedad del corazón, que fue diagnosticada antes que yo conociera la Ciencia Cristiana, desapareció mientras asistía a la Escuela Dominical de la Ciencia Cristina. A medida que comencé a darme cuenta de la totalidad de Dios — de Su omnipotencia y omnipresencia — la confianza como la de un niño que desarrollé me liberó del temor a la enfermedad del corazón. Aprendí a orar a Dios como a un Dios que se encuentra presente aquí mismo y no arriba en algún lugar del cielo. Empecé a sentirme más feliz y a estar más activa. Fue una hermosa demostración. A medida que crecía en entendimiento espiritual sané del problema del corazón y pude disfrutar de una vida normal.

En otra ocasión sufrí de una dificultad interna. Durante varios días había estado dando realidad a un dolor que sentía en mi costado. Pronto me dio fiebre. ¡Pero no debemos consentir en el error! La Sra. Eddy nos dice (Ciencia y Salud, pág. 376): “Destruíd el temor y acabaréis con la fiebre”. Llamé a un practicista de la Ciencia Cristiana, quien me preguntó: “¿Qué estás creyendo acerca del hijo de Dios? ¿Te dijo Dios que tienes fiebre y dolor?” Por supuesto yo sabía que Dios no causa ni conoce la enfermedad, ya que la Biblia nos dice refiriéndose a Él: “Eres de ojos demasiado puros para ver el mal, y no puedes contemplar la iniquidad” (Habacuc 1:13, según versión King James). Comprendí que tenemos que vigilar los pensamientos que abrigamos. ¡Me sentí muy feliz! Sané allí mismo en el preciso momento en que el pensamiento fue corregido. Di gracias a Dios y proseguí “con regocijo [mi] camino” (Hechos 8:39, según versión King James).

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