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No hay sino un solo poder

Del número de enero de 1947 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


No hay sino un solo poder. Esta es la poderosa verdad del ser que nos corresponde entender y demostrar científicamente. Puesto que no existe más que un solo Dios, no puede haber sino un solo poder, y éste bueno. La noción de un solo poder que sea malo, es del todo fantástica e insostenible, puesto que el poder del mal solamente puede ser destructivo. La noción de dos poderes antagónicos, uno bueno y el otro malo, ambos procedentes de una misma Causa Primordial, es igualmente insostenible. Ningún poder inteligente crearía o toleraría dentro de sí mismo aquello que destruiría su propia creación. No es posible pensar correctamente ni vivir en armonía sobre la base de dos poderes opuestos. Si el bien es la única causa, el mal forzosamente no puede tener ni causa ni creador, y por lo tanto no existe. Esta doctrina de un solo Dios, un solo poder, es la base de las enseñanzas de Cristo Jesús. Habiendo percibido este único poder o Principio, en su Ciencia pura, Mary Baker Eddy, la Descubridora y Fundadora de la Christian Science, hace la siguiente declaración en la página 228 del libro de texto, Science and Health with Key to the Scriptures (Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras): "No existe poder aparte de Dios. La omnipotencia posee todo el poder, y el reconocer cualquier otro poder significa deshonorar a Dios."

¡Cuán grande es la liberación del temor continuo y la angustiosa responsabilidad, de quienes se alejan de la idolatría de muchos poderes, muchas mentes, y aceptan el único poder, el cual la Christian Science revela como Espíritu o Mente. La llamada mente humana está hecha de idolatrías, y se convierte en el campo de batalla de sus propias creencias y elementos antagónicos. El monoteísmo puro, o sea, el reconocimiento de un solo Dios, un solo poder, ofrece la única solución a sus problemas — la única base para el razonamiento lógico y científico.

¡Cuán artera es la creencia de que hay dos poderes que gobiernan los pensamientos y acciones de la humanidad, sin que en su mayor parte ésta ni siquiera se dé cuenta de ello! ¡Y cuán rara la ocasión en que se reconoce con júbilo y de una manera cabal, vital y persistente el único poder, sin dudar de manera alguna su omnipresencia y omniacción! El cristiano devoto sin duda se sentiría muy ofendido si se le llamase idólatra, por su creencia en el poder del pecado, la enfermedad y la muerte, o aun el de la pobreza, la vejez y la incapacidad. ¿Pueden, acaso, reconciliarse estas creencias con el único Dios, que es bueno, y, que, además, es la única causa y creador? ¿No es inconcebible, no será aun una blasfemia, creer que Dios podría o sería capaz de expresar en Sí mismo el pecado, la enfermedad, la vejez, la pobreza, la desintegración y la muerte? Sin embargo, ¿no es esta la enseñanza de la falsa teología, que declara que el hombre es la imagen y semejanza de Dios y luego encuentra dentro del hombre todas las malas tendencias y pasiones? ¿No es igualmente inconcebible creer que Dios tienta al hombre con el pecado y en seguida lo castiga por ceder a tal tentación?

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